Te duelen las piernas. Hace dos días que estás caminando por un espeso bosque y apenas has parado para descansar. Estás siguiendo el camino indicado en un mapa que encontraste escondido en una polvorienta biblioteca. Tienes la esperanza de encontrar el tesoro que menciona: una lágrima de sangre; lo que quiera que eso signifique. Por el dibujo parece una piedra preciosa, y muy valiosa.

Ves algunas sombras entre los robles y cedros, en los márgenes del camino, como si hubiera algo que te siguiera. «Es mi imaginación, por supuesto», te dices. «¡Tranquilízate! Pasar varios días en un bosque ancestral como este, sin más compañía que la propia sombra, le puede hacer ver cosas a cualquiera.»

Sigues adelante, deseando, por alguna razón, que hoy no se ponga el sol. Casi sin darte cuenta aceleras el paso, escuchando bajo tus botas el crujir de las hojas.

Te parece sentir una presencia acechando detrás de ti. Te giras rápidamente para comprobar si estás en lo cierto, pero no hay nada, a parte de las piedras del sendero. El corazón te late desbocado. No entiendes qué está pasando, así que te pones a correr para huir de la angustiosa sensación que te eriza la nuca.

Enseguida llegas a un enorme claro en el que se eleva un pequeño y viejo palacete cubierto de hiedra. No está en ruinas, si bien tiene un aire de dejadez que te hace pensar que se encuentra abandonado.

Decides entrar
Decides rodearlo

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