Duermen

Cizán Bienaventura no permitió que sus pies se detuvieran hasta encontrar una señal. Caminó sin descanso durante decanas esperando que su Dios le indicara de alguna forma el camino hacia el asesino de su prometida. Allí, perdido en el Desierto de las Sombras, se percató de que hacía tiempo que no comía. Salió de su ensimismamiento y se dio cuenta de que tenía los labios cuarteados de no beber.
Entonces vio que allí había una extraña mujer. Su cabello era del color del mármol ribeteado de grises y su piel pálida y sombría al mismo tiempo. Lo más inquietante eran sus ojos negros, porque no tenían brillo. Cizán pensó que se trataba de la muerte, que había venido a buscarle, pero ella le dijo que no, que su nombre no era Muerte, sino Olvida.
Cizán cayó de rodillas, exhausto y roto por los calambres, y justo antes de caer inconsciente vio una roca que se elevaba desafiante delante de él. En su superficie había unas palabras casi borradas por la mano del tiempo. Cada letra lloraba miles de lágrimas de pena, formando una fuente cuyas aguas emitían quejumbrosos lamentos.
MonolitoDuermen los girasoles en su verde cama,
ignorando que el sol no va a llegar.
El silencio asoma entre los muros,
testigo de que no existe piedad.

Piedra dormida sembrada de huesos.
Calor que se va para no regresar.
Sueños quebrados sembrados de llanto.
Caras que el olvido va a secuestrar.

Fluye, etérea, la noche negra.
Las horas se pierden en la eternidad.
En el cielo no hay luna ni estrellas,
sólo susurros de anhelo y de paz.

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