La luna blanca y las hadas

Desde tiempo inmemorial los hechiceros enseñan estos versos a los niños que van a ser instruidos en el arte de la magia arcana. Nadie sabe con certeza cual es el origen exacto de ellos, pero creen los magos que fue ni más ni menos que Alquízero, el Gran Archimago, quien inició esta curiosa tradición, y que en estas palabras hay un mensaje secreto que sólo se revela a aquél que ha hecho suyo el misterio más profundo de la hechicería.
Los hechiceros suelen cantarla las noches en que Aknal, la luna blanca, está llena.
Y entonces llegó la noche,
suave y fresca como rocío de primavera.
Y con ella llegó el canto de Aknal,
blanco, puro, radiante,
como una voz de cristal que repiqueteaba
sobre la superficie de los lagos, entre estrellas.
La magia borboteaba en un círculo de setas
mientras las hadas danzaban a su alrededor,
jugando desnudas con sus notas.
No se dieron cuenta de que la sombra se acercaba,
arrastrándose como una serpiente enferma...

Las sonrisas se marchitaron,
como flores de pergamino bajo una lluvia de lágrimas.
Las caricias de la brisa se partieron
en finos añicos de cristal que arañaban su piel.
Y pidieron ayuda a la Blanca Señora, hambrientas de alegría,
y ella les respondió con un susurro.
En secreto les decía que tuvieran fe en sus pequeños corazones,
que delante tenían la respuesta.

Y confiaron.
Abandonaron sus alas al viento.
Se dejaron llevar por el agua de las cascadas, entre flores.
La luz invadió de nuevo sus ojos y la sombra,
que habitaba sus corazones como un gusano,
se vio obligada a salir.
Miles de primaveras se sucedieron en un instante,
llenándolas de júbilo y gozo.
Las flores explotaron a su alrededor
entre frutos de brillantes y suculentos colores.

Nunca más se la volvió a ver...
Nunca más se la volvió a ver...
Entre las hadas y la Luna Blanca... Ver más poemas

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