Ygnalos
Ygnalos es el Dios del Fuego, símbolo del renacimiento, ejecutor de la venganza.
Cuenta la leyenda que Argenissa se enamoró de Soleenes la primera vez que vio su espléndida luz solar. Siendo como era la encarnación de la perpetua oscuridad, no pudo evitar sentirse atraída hacia ella como una mariposa nocturna se ve atraída por el candil en una noche cerrada. Nunca había sentido una calidez semejante. Su mente retorcida supo al instante que un dios como él nunca se acercaría a la oscuridad por voluntad propia, así que desató la magia negra de su corazón para ver cumplido su oscuro deseo. El hechizo se arremolinó suavemente alrededor de los ojos de Soleenes, como una falsa y tentadora promesa, filtrándose a través de ellos hasta su luminoso corazón, que se tornó de un abrasador rojo sangriento, encendido de lujuria y pasión. Desde ese momento, Soleenes estuvo perdidamente enamorado de Argenissa.
Aknaliss no pudo creer que su hermano Soleenes hubiera sucumbido a la oscuridad hasta que lo vio con sus propios ojos. Intentó impedir por todos los medios que su hermano cometiera semejante locura, pero de nada le sirvió. Él estaba completamente ciego de amor y se enfrentó estallando con un fuego enfermizo con todo el que quiso apartarlo de la oscuridad.
Las eras se sucedieron y Argenissa dio a luz a dos vástagos de Soleenes, si es que eso es posible tratándose de una diosa de la perpetua oscuridad. Aknaliss no descansó hasta que su blanca luz consiguió iluminar el motivo del extraño comportamiento de su hermano. Le costó muchísimo alumbrar el misterio, pues la oscura brujería de la que Soleenes era preso estaba cubierta por infinitas capas de fuego y tinieblas. Entonces la Diosa Blanca reunió en su corazón todo el amor que sentía por su hermano. La magia blanca se concentró, tomando la forma de una radiante flor, un giraluna, cuyos pétalos lanzaban destellos de estrellas. Envió la flor a su hermano, y en cuanto éste la vio, la oscuridad desapareció de su mirada, abriéndole los ojos a la verdad. En cuanto olió la sublime fragancia que desprendía, el amor de su hermana despejó las tinieblas de su corazón. La roja llama se calmó y volvió a ser cálida otra vez, y su luz convirtió el giraluna en un girasol. El hechizo de Argenissa se había roto.
Soleenes, atónito ante lo que había hecho, estupefacto por haber pasado tanto tiempo envuelto en la negrura y hasta haberle dado hijos, sintió una incontrolable y malsana ira que a punto estuvo de corroerle el alma haciéndole estallar. En lugar de eso, consiguió proyectar fuera de sí su brillante intensidad, que tomó la forma de su hijo Ygnalos, Dios del Fuego. Nacido de la ira, Soleenes pensó que él se encargaría de vengarle de Argenissa. Ygnalos la cogió desprevenida y, antes de que huyera bajo su manto de tinieblas, la dejó ciega de un ojo con su fuego abrasador. Soleenes se arrepintió enseguida de haber hecho algo tan impropio de su naturaleza, por lo que abandonó la venganza y encargó a Ygnalos fines mucho más nobles.
Desde los Primeros Años, en los que se produjeron las grandes conversaciones con los dioses, se sospecha que algo le ocurrió a Ygnalos antes del Olvido. En las pocas páginas que se han conservado de los Tomos Antiguos de la Creación, donde se reprodujeron las conversaciones con Vidalzea en los años en que diera vida a las razas que pueblan Valnessia, se menciona que Ygnalos se sacrificó por salvar al mundo y a los seres que lo habitaban. Desde entonces su poder y su presencia se desvanecieron como una llama a la que apaga el viento, y el fuego dejó de ser controlado por los dioses para pasar a ser dominado por los mortales.
Pero algo ocurrió durante la batalla de Hermile. La Llama Eterna surgida a manos de los hombres que habían escuchado el secreto del fuego en el corazón de Famuhn, significó el renacimiento de una fuerza perdida y olvidada. Los más creyentes dijeron que ese fuego tenía que ser divino y, convencidos, afirmaron que era el primer paso del renacimiento de Ygnalos. Fundaron una secta en torno a la imperecedera llama, y se hicieron llamar los seguidores de la Llama Eterna, tomando al pájaro de fuego como su símbolo, fusión de fuego y renacimiento.
Con razón o sin ella, lo cierto que es que, poco a poco, esos sacerdotes adquirieron tanto poder como si tuvieran al mismo Ygnalos respaldándolos. Eran capaces de invocar al fuego y pedirle su favor, podían hacer arder el horizonte y expulsar a la muerte con el calor de su ímpetu y se dice incluso que, los más poderosos, llegaron hasta aparecer montados sobre pájaros ardientes.
Pero hay otros sabios que hablan de otras posibilidades, interpretaciones de las páginas de los Tomos Antiguos de la Creación que llevarían a pensar que algunos de los dioses pertenecientes a la cúpula celestial, para que el fuego no quedara desatado sin ningún control, crearon alguna clase de artefacto de inmenso poder, un orbe, según se dice, llamado el Orbe del Fuego. Según esta posibilidad este artefacto llenaría el vacío dejado por Ygnalos hasta que naciera un nuevo dios que ocupara su lugar. El orbe posee el poder del fuego en su interior, de forma que lo mantiene sujeto como una presa mantiene las aguas de un río, para que no quede libre de forma salvaje causando incontrolables incendios o permitiendo que algún poderoso hechicero se adueñe de él. Así, los seguidores de la Llama Eterna obtendrían su poder del orbe, y no de ninguna divinidad.
Muchos interrogantes han surgido desde entonces. Pero cierto es que si la Llama Eterna brilla sin más necesidad que el aire que respira, de alguna parte procede su fuerza. Cierto es que si los sacerdotes de Ygnalos tienen poder, de algún lugar proviene.
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